martes, enero 31, 2012

¡Estás resfriado!


Había una serie japonesa* de unas mujeres-gato que por lo visto tenían jaleos con la policía o que la ayudaban, no lo sé muy bien y creo que era otra serie, el caso es que el nombre de ésta era parecido a lo que me ha pasado definitivamente este fin de semana. Si juntamos el cansancio con la falta de sueño de cinco días de la semana, le añadimos las siete horas de limpieza que me pegué el sábado desde la mañana hasta la tarde, le ponemos también el trasnochar de la cena del mismo día con la consecuente falta de descanso del día siguiente, y acabamos con que el domingo me desperté cada dos por tres, todo eso multiplicado por el frío que está haciendo este invierno en Almería, pues tenemos aunque me hubiera comido una plantación de mandarinas** no hubiera librado de lo que, evidentemente, tenía el domingo: un dolor de cabeza estilo martillo neumático, el ingente uso de pañuelos y agotamiento general. ¿No os digo que yo siempre necesito vacaciones de las vacaciones? ¡Si nunca paro de trabajar!

A MEDIO RENDIMIENTO

Vaya por Dior, que yo pensaba que este mes había hecho pleno pero resulta que el día 2 no pude escribir por a saber qué razón que me lo impidiera. Podría intentar hacer memoria, pero si soy sincero no recuerdo en absoluto lo que me pasó, será que la cabeza ya no da para más sin las horas de sueño necesarias, así que he decidido que me lo voy a inventar:

(El día 2 fue lunes, así que probablemente yo me habría levantado a la hora de siempre para ducharme y arreglarme con intención de ir a trabajar. Señor Snocknick, active el modo narración).

El despertador sonó y abrí los ojos para encontrarme en la oscuridad del invierno. Normalmente no me apetece nada levantarme nada más despertarme, pero esa mañana me sentía con energía, como si el poco sueño que había tenido hubiera sido más que suficiente para satisfacer las necesidades de mi cuerpo. Me puse en pie de un salto y procedí raudo a vestirme dado el frío de la mañana empezaba a molestarme. Recordé que esa mañana tendría que llegar un poco antes para poder encender el equipo y poder preparar las clases, así que no tendría más remedio que coger el autobús cuando antes, lo que implicaba acelerarse hasta una velocidad ligeramente inferior a la velocidad de la luz*** para poder estar en la parada esperando los diez minutos de rigor que siempre me toca esperar.

Una vez subido en el autobús, una señora con curioso gusto a la hora de vestir me miró raro cuando saqué la DS y me puse a jugar durante el trayecto al trabajo. Por la cara que puso debe de ser ridículo que un hombre de mi edad juegue videojuegos mientras llega a su destino pero por lo que pude ver a ella no debe de parecerle nada irrespetuoso poner las botas encima del asiento de delante en un autobús urbano. Con mi dosis de hipocresía ajena en el cuerpo, me centré en superar los desafíos que las mazmorras del mundo de Etria me ofrecían, aunque había algo en ese autobús que me erizaba los pelillos de la oreja izquierda. Me sentía observado pero no sabía por qué, allí no había nadie que me estuviera prestando atención, ni siquiera la personificación de la hipocresía que estaba sentada en la otra fila de asientos. Cuando había desistido en mi búsqueda y bajé la mirada hacia la pantalla de la consola, el destello de una mirada furtiva desvió mi atención hacia el último asiento del vehículo, donde se sentaba una señora muy mayor con aspecto de no haberse echado una crema antiarrugas en la vida. Fue una mirada inquisitoria pero a la vez sin mucha insistencia, como si quisiera darme un consejo pero fuera decisión mía el tomarlo o no, así que eso despertó mi interés lo suficiente como para que guardase la partida y me dirigiese hacia donde ella estaba. No apartó la vista en ningún momento y me sonrió satisfecha de sí misma cuando me presenté delante de tan curioso personaje. “Disculpe, ¿me conoce de algo?”, le pregunté yo, intrigado por tan incisiva mirada. “No vas por buen camino, joven. Tendrás que volver por donde has venido”, respondió sin apenas dejarme tiempo a terminar la pregunta como si no fuera relevante en absoluto.

Lo último que me apetecía esa mañana era recibir lecciones de alguien que no conocía en absoluto, y menos cuando no esa persona no respeta los turnos de palabra, así que me giré con intención de volver a mi asiento y fue ahí cuando me quedé completamente desconcertado al darme cuenta de que no reconocía en absoluto el camino por el que estaba yendo el autobús. ¿Podría ser que me hubiera equivocado de línea y estuviera en otra zona de Almería que no conocía? ¿Quizás me había pasado la parada por haber estado demasiado centrado en el juego? No era posible que estuviera todavía de camino porque ese trayecto lo conocía, así que la situación me estaba provocando una gran ansiedad, cosa que no es lo más recomendable cuando uno intenta tranquilizarse para pensar en la manera de solucionar aquel problema. Volví a girarme hacia la anciana y ésta me regaló un “te lo dije” nada más cruzamos las miradas. Es curioso cómo se puede llegar a aborrecer a alguien que no conoces de nada en cuestión de segundos.

Lo más importante era detener el autobús cuanto antes para que no me alejase mucho de la ciudad, de ese modo podría coger el que fuera en dirección contraria y así no perdería mucho tiempo en volver al punto de origen. Presioné el botón de parada pero éste no sonó, supuse que porque estaba ya pedida de antes, pero el letrero que lo indicaba no estaba iluminado. Volví a pulsarlo repetidamente y más fuerte pero no tuvo efecto, lo que me llevó a probar uno tras otro todos los botones que tenía a la vista sin éxito hasta que, en un acto desesperado, pensé en usar el tirador de alarma, que no existe en los autobuses, así que sustituí esa idea por la de decírselo directamente al conductor. Cuando me acerqué estaba mandando un mensaje por el móvil con la mano derecha mientras seguía conduciendo con la izquierda y preferí creer que estaba haciendo el mismo reparto de sentidos con los ojos y las orejas porque de lo contrario mi pequeño problema se acababa de convertir en algo completamente insignificante en comparación.

“Disculpe, ¿podría parar en la siguiente? Es que el llamador no funciona”, le dije en un momento de reflexión que tuvo entre “No, estoy trabajando” y “Te llamo en 10 minutos”. “No, lleva roto mucho tiempo”, respondió sin mirar ni la carretera ni al que había hecho la petición. “De todas formas la siguiente parada es ya en destino, así que mejor espera a que lleguemos”. Ante tal sentencia se me vino el mundo encima y me subieron los sudores fríos del que sabe que las consecuencias de un error no se iban a quedar en una palmadita en la espalda y un “no pasa nada” por parte de tus jefes. Saqué el móvil para llamar pero ponía que no había cobertura, lo cual me estresó un poco al principio pero luego me hizo entrar en razón: ¿cómo iba a explicarle que iba a llegar indefinidamente tarde, con todo lo que ello implicaba, por que no sabía ni siquiera si me había subido al autobús adecuado? No creo que me permitiera seguir trabajando tras un despiste así ya que el desbarajuste que eso provocaba en el horario de clase era tremendo, tenía hasta ganas de llorar cuando me puse a pensar en las consecuencias de quedarme en el paro ahora que acababa de empezar a independizarme. Los pensamientos se me arremolinaban en la cabeza conforme el ruido de una puerta al abrirse chocaba contra mis aletargados sentidos.

-¿Sebico, estás despierto?
-Ahora sí, mamá.

Y por suerte así era, porque todos sabéis que el día 2 fue fiesta y no tuve que trabajar.
(Ya sé que éste no es tan bueno como el de Darkness, pero es que estando resfriado es lo más que me puedo concentrar).

*Que yo nunca veía, pero sabía que existía.
**Que poco me falta.
***Porque si igualásemos dicha velocidad no veríamos nada dado que, en relación a nosotros, la luz no se movería.

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