miércoles, octubre 27, 2010

Soy chamán


Curiosamente, la idea de coger el palo del suelo para que pareciera el bisnieto de Gándalf no fue mía sino de la cámara (la que cogía el aparato de echar fotos, no del aparato en sí, melondrios). Es como una mezcla entre "El Príncipe de las Mareas" y "El Principito", sólo que ya comenzadito.

...Y NINGÚN FUNERAL (PERO POR POCO)

Bien está lo que bien acaba, pero la boda no se redujo a la ceremonia ni preparaciones de la misma en sí, hubo muchas más cosas que no todos los públicos están preparados para oír... pero como esto es para todos los públicos voy a contar mi propia experiencia de la boda.

Si os dáis cuenta, durante ese viaje pude coger todos los medios de transporte posibles: viajamos en coche, nos subimos en autobús, volamos en avión, navegamos en ferry... usamos un ascensor, subimos y bajamos escaleras, vimos un tren en la estación al pasar, anduvimos en cinta transportadora en el aeropuerto, casi nos atropellan un par de bicis, fuimos empujando (y a veces subidos) un carrito de maletas y, por supuesto, nos pateamos todo lo posible pasando los controles y pasillos hasta el siguiente destino, todo con el tiempo pegado al culo, por supuesto.

No obstante, en la última etapa del viaje de ida, el ferry, pude sentirme completamente tranquilo y en paz con la naturaleza mientras el viento me acariciaba la cara en la cubierta del barco mientras el sol me bañaba con su cálida luz. Es uno de esos momentos en los que el cielo se abre, los ángeles tocan trompetas y llega una bellísima musa que te susurra al oído alguna verdad universal completamente trascendente e importante para el destino de la humanidad... pero en este caso en vez de trompetas era el murmullo de la gente del ferry bebiendo cerveza, en vez de musa era una mujer cuyo semblante no recuerdo porque mis ojos la esquivaban por orden directa de mi salud mental, en vez de abrirse el cielo ella abrió la boca y en vez de verdad universal completamente trascendente ella dijo esto: "Me encanta Física y Química porque esa serie sólo refleja la realidad" ...Pues si eso es la realidad creo que me he pasado toda la vida esquivando la estadística, qué quieres que te diga (amén de cómo hay que pensar para creer que eso es lo que viven los chavales en el instituto todos los días, claro).

Al llegar a la casa de los futuros casados me di cuenta de que no entendía a los habitantes de la isla, no sólo por su curiosa manera de enterder la realidad física (y química), sino porque no entendía su acento tan característico. Intenté acercar la oreja a conversaciones de otras personas que había por ahí durante el trayecto por si acaso conseguía adaptarme a esa manera de hablar pero seguía sin entender nada, luego probé a quitarme los cascos y la verdad es que funcionó.
Menos mal, porque si no no hubiera entendido a la gente y no me habría dado cuenta de que las chicas huían de una cucaracha que pretendía alojarse en mi cuarto conmigo, cosa que no estaba dispuesto a permitir (me hubiera ido a dormir al salón, faltaba más); no me hubiera enterado de que en esa isla existen como un kilo de microclimas subiendo o bajando un par de kilómetros de altura y probablemente hubiera pillado siete tipos de gripe distintos, dos de ellos aún desconocidos, por culpa del frío-calor-frío-calor-etc; y no me hubiera enterado de que estés donde estés los gallos siempre cantan al amanecer independientemente de la hora a la que te acostases ayer y luego cada media hora más tarde hasta que se hacen las diez (haciendo en que tu primera mañana en la isla tengas, por lo menos, instintos gallicidas).

Y por supuesto no podía faltar la experiencia automovilística, o sea, repartirnos toda la familia y los amigos entre los coches disponibles e irnos a comer por ahí. Fue en ese momento en el que me di cuenta de que aún con el carnet de conducir todavía me quedaba mucho por aprender en lo que respecta a coches... o a sus conductores.

De entrada, no sólo cogimos un coche que se calaba más que los barcos por culpa de un manguito mal puesto, que digo yo que si el coche no va a nadar no hay por qué ponerle manguitos, pero en fin, sino que encima aprendí a las malas malísimas que a las islas no había llegado el concepto de la línea recta, cosa que quedó claramente demostrada en lo que respecta a las carreteras porque para rodear una montaña es lógico que haya curvas, pero que para seguir una ladera haya que ir haciendo eses me parece ya excesivo. Luego ya todo depende del conductor y por supuesto de la manera que tenga de conducir: por ejemplo, hay gente que se fija en todos los detalles y calcula cada paso que hay quedar a la hora de aparcar, hay otra gente que aparca al ritmo de freno-embrague-freno embrague-embrague-freno freno-embrague-freno y espera a que el coche solito se sitúe entre los otros dos que marcan las pautas mientras los pasajeros bailan el son con las cabezas, pero hay otra gente que intenta razonar todo lo que pretenden hacer y, cito textualmente, "da igual lo que le digas al coche que éste no hace lo que tú quieres"... y digo yo, ¿y si es que el coche no te oye porque tienes la música puesta? Evidentemente, al final la experiencia se impone y consigues hacer lo que pretendías desde un principio porque, al fin y al cabo, como dijo uno de los nuestros, "el coche son leches y habas", y a mí el concepto de mezclar habas en un vaso de leche me revuelve un poco estómago así que mejor que lo hagan los expertos.

No obstante, el viaje estuvo lleno de cosas interesantes que se hicieron un huequito en mi memoria: viajé en barco por el Atlántico, hicimos senderismo por un bosque digno de Parque Jurásico, bebí agua de un árbol, pude mirar al horizonte y ver que estoy más arriba de las nubes y pude compartir un momento muy especial con mis amigos que espero que dure toda la vida. De hecho el propio cielo lloraba nuestra partida el día que nos íbamos (sin paraguas) y pareció que realmente cerrábamos una etapa en el viaje porque fuimos los últimos pasajeros en subir al ferry justo antes de que cerrasen las puertas. ¡Que vivan los novios!

domingo, octubre 17, 2010

Alejandro & Emilia


Este pasado sábado 9 de Octubre mis amigos Alejandro y Emilia decidieron reafirmar su ya declarada relación en pareja tras once años siendo lo que ahora son oficialmente: marido y mujer.

CUATRO BODAS...

La jornada comenzó con un viaje en coche desde Almería a Málaga, un vuelo desde Málaga a Tenerife, un bus desde el norte de Tenerife hasta el sur de la isla, un ferry desde ahí hasta La Gomera y un miniviaje en coche desde el puerto hasta casa de los futuros desposados... pero mereció la pena. Ha sido la primera boda a la que me han invitado oficialmente y no como añadido familiar o conyugal (imposible esta última, por cierto).

A pesar de las prisas del día siguiente arreglando al novio, buscando a Mari para que nos hiciera el nudo de la corbata, averiguando de qué lado iban los gemelos del traje, entregando unos zapatos y maquillaje a la novia mientras evitábamos que los novios se vieran antes de la ceremonia (estaban en casas aparte, pero los olvidos existen), grabando el cd de la música por triplicado no fuera que no funcionase alguno (aunque luego no los usamos), intentando buscar aparcamiento antes de que la novia llegase en su coche para poder echarle una foto nada más bajar, reuniendo a los invitados para que entrásemos todos juntos al ayuntamiento y, por fin, reuniendo a los novios para que asistieran a su boda. Era como uno de esos equilibrios precarios que dan una completa y absoluta impresión de seguridad y consolidación pero que cualquier cambio por mínimo que sea lo echa todo a perder, y no lo digo por los novios, que bastante llevaban ya los pobres sin haber empezado todavía.

La ceremonia fue la mejor que había visto hasta la época: se hizo un pequeño discurso de presentación, los novios leyeron sus votos, intercambiaron sus alianzas y, por supuesto, se dieron el beso que todo el mundo esperaba con los aplausos de sus familiares y amigos. Hubo muchos momentos en los que me sentí realmente feliz por ellos y creo que esa fue una de las razones por las que me encantó la ceremonia, pero la otra razón indiscutible que todo el mundo compartió conmigo fue que duró lo justo y necesario, nada que ver con esas otras bodas en las que a pleno calor de verano te obligan a estar dos horas y media dentro de un edificio con una idea de aire acondicionado definida por la oración "pidamos al Señor que este sacrificio sea agradable". En agradecimiento, el propio ayuntamiento les regaló un detalle conmemorativo de ese día y luego se procedió a la avalancha de fotos, cosa que parecía que iba a ser corta pero que resultó durar más tiempo que la ceremonia en sí. No obstante, como se puede ver en la foto, los novios lo valían.

En el intervalo de tiempo entre la ceremonia y el convite se dirigieron a un parque cercano para hacerse el reportaje de boda, supervisado por Mari y por mí, por supuesto, que así no tendríamos que hacerles posar otra vez para tener fotos de los novios durante la boda. Tras varios cientos de carretes digitales después, algunos extrañamente favorecidos por el sol y otros no tan favorecidos por el viento y el flequillo de la novia, acompañamos a los recién casados a su banquete de bodas, donde los invitados disfrutaron de una comida de diseño que algunos aseguran, y no me quiero señalar, que podrían haber estado comiendo una o dos horas más dada la tremenda calidad de la misma. Después se abrió la barra libre, que abrió la veda de los "¡Que se besen!", "¡Que vivan los novios!" y de anécdotas vividas con cualquiera de los dos anfitriones, recordando los buenos momentos como debe ser.

En conjunto, estoy muy contento de haber tomado parte en la ceremonia de su matrimonio pero más contento estoy de que ellos mismos quisieran que tomara parte.
Alex y Emilia, os deseo lo mejor, ya lo sabéis.

viernes, octubre 01, 2010

Haz de láser

Oiga, señor, que por muy cabeza gigante cibernética que sea a mí nadie me da órdenes. Además, ¿cómo se hace eso? ¿Pintándote de fluorescente y diciendo "piu piu"?

SENTIRSE TONTO (O NO)

Esta mañana me levanté diez minutos antes de mi hora. Tenía tiempo de sobra para vestirme, arreglarme, coger mis cosas y salir hacia la parada del bus, de hecho, me dio tiempo incluso a espabilarme con calma durante el proceso así que no iba muy estresado. Normalmente me toca salir a toda prisa e ir corriendo hasta la parada (en ayunas) porque los veo al fondo parados y a punto de irse, pero esta vez no estaban allí así que hice mi camino sin prisas y oyendo la música que tenía en el mp3. Al llegar a la parada me reuní con el resto de la gente que esperaba el autobús. No es que fueran pocos pero no había mucha gente, así que esperé mi turno para subirme cuando llegó, pero cuál fue mi sorpresa cuando al estar justo delante de la puerta el conductor la cierra, dejándome fuera, a la voz de "No cabe más gente" a pesar de que los pasillos estaban vacíos y se había parado todo el mundo en la entrada como borregos. Menos mal que vino otro inmediatamente.

Ya en la universidad, me bajé del autobús y fui en dirección a mi clase de los jueves. Todavía faltaban cinco minutos y el profesor siempre es puntual así que me extrañó ver la puerta ya cerrada de la clase. Llamé a la puerta y la profesora de ahí me dijo que entrase, le pregunté si ésa era la clase de Introducción a la Traductología y me dijo que sí, que era Comprensión y Expresión del Inglés. Tras medio segundo de incertidumbre quise confirmar si efectivamente había oído lo que creía así que le volví a formular la pregunta y me dijo que efectivamente ahí se daba Comprensión, por lo que procedí a sentarme en el sitio que consideré adecuado. Como la sombra de la duda me acechaba en plan Nosferatu, se me ocurrió preguntarle si Introducción era lo mismo que Comprensión y me dijo que evidentemente no, que ésa era otra clase. Cogí mis cosas y me fui, pensando que el inglés lo mismo sí que lo comprendía pero el español...

Al volver de las clases le dije a mi madre que si necesitaba algo ya lo hacía yo, que al fin y al cabo no tenía nada más que hacer esta mañana, y ella me dijo que fuera a tender la ropa, así que así lo hice: cogí el cesto de las pinzas y el barreño cargado con la ropa recién sacada de la lavadora y, tras una exhaustiva explicación sobre por qué los pantalones tienen que secarse vueltos y con la parte trasera interior de cara al sol, me dispuse a subir las escaleras hacia el cuarto piso del edificio (el terrado). Como me había llevado música, la tarea se me hizo bastante llevadera y no me molestó en absoluto a pesar de no tener a nadie que me diera conversación... al menos hasta que de repente no conseguía abrir una pinza para poner el último pantalón. Por más fuerza que hiciera no era capaz de engancharla en la cuerda y tampoco podía ponerla a la fuerza por si acaso mi madre no la podía sacar tampoco así que me acerqué la pinza y la exáminé con detenimiento. El resultado de mi estudio fue que por más que apretase la pinza ésta no iba a abrirse porque estaba cogiéndola del revés (pinza wins).

Imperativamente

No falla: siempre que entro en la cocina me dicen que me vaya. Total, todavía no he quemado nada en mis intentos (no podéis demostrarlo) y, aunque tengo el récord mundial de conseguir carbonizar completamente una hamburguesa por fuera mientras se mantenía cogelada por dentro, todo el mundo sabe que cocinar de olla se me da... aceptablemente (por culpa de la sal).

Esto me recuerda una anécdota de cuando estaba yo en Irlanda. Era un día cualquiera en el que uno no se espera protagonizar...

GORILAS EN LA NIEBLA

Era una de esas mañanas de domingo en las que a las once de la mañana ya tienes hechas todas tus tareas tanto de casa como de la universidad y decides echar un rato de ordenador. Tras un rato conectado a la autopista de la información, se me ocurre que puedo ponerme a cocinar a la una y así no tengo que esperar a que terminen los demás para comer yo, así que me dirigí a la cocina y cuál fue mi sorpresa cuando me encuentro a una compañera de piso viendo la tele con un cuenco de habichuelas con tomate y completamente inmersa en un mar de humo blanco. Evidentemente, eso no tenía muy buen aspecto (y lo del humo tampoco, la verdad)

Se me ocurre preguntarle si estaba cocinando y me respondió que sí, que se estaba calentando unas tostadas en el horno. Al acercarme a la puerta del horno vi seis churrascos carbonizados que ya no creía que fueran comestibles así que se lo comenté y ella vino inmediatamente a comprobarlo. En su extrema y supina inteligencia, lo primero que se le ocurrió hacer fue abrir la puerta del horno, lo que provocó una serie de acontecimientos en cadena: primero, los carbones alimentarios que había ahí dentro eran ascuas por dentro pero estaban ahogados por el humo así que al abrir la puerta y darles oxígeno se encendieron inmediatamente; segundo, las ascuas, con su fuerza renovada, deciden agradecernos el gesto dándonos un abrazo que se manifestó en forma de llamarada que llegó hasta el techo de la cocina (pero sin repercusiones directas); y tercero, mi compi de piso, una experta en saber mantener la compostura en cualquier situación, pierde los nervios y comienza a zarandearme mientras me grita "¡¡¡Dios mío!!! ¿¡Qué vamos a hacer!?". Todo un alarde de compostura y serenidad, sí.

En un ademán de delicadeza y hombría digno de las películas de Cary Grant, la aparté (aunque lo más correcto sería decir que me liberé de su presa) y cerré la puerta del horno, lo que extinguió la llamarada inmediatamente. A toda velocidad abrí las ventanas y las puertas de la terraza para que saliera el humo fuera, porque si por uno de esos hazares del destino la alarma antiincendios se llega a activar la hubiéramos liado parda de verdad*. No obstante, tras abrir todo vi que no era suficiente así que cogí un trapo de cocina y empecé a agitarlo con todas mis fuerzas para echar el humo fuera... hasta que me empecé a marear por el esfuerzo y el humo que no me dejaba respirar y decidí salir a tomar un poco el aire antes de seguir... pero al darme la vuelta se pasó todo de golpe.

Con todo este frenesí de adrenalina se me había olvidado, pero resulta que había otra persona más en la sala, aquella que me había enseñado que no hay que perder los nervios ante una crisis sino eliminarlos completamente de la faz de la tierra, que hasta ahora no me había percatado de su presencia. Mi compi de piso, completamente al borde de un ataque de nervios y desviviéndose por ayudarme, estaba tranquilamente sentada en el sofá comiéndose sus habichuelas con tomate y viendo su teleserie. Estaba tan atónito ante esa pasividad que ni siquiera me enfadé, pero le pregunté que si es que no pensaba ayudarme a quitar el humo y me respondió que no pasaba nada, que cuando se quitase ya limpiaría el horno. "Vale, pues si no es problema tuyo tampoco es problema mío", dije yo.

Epílogo:
Completamente ahumado, con la ropa limpia y recién puesta apestando a carbón y yo medio asfixiado me volví a mi cuarto a que se me pasase el cabreo (y la asfixia). Lo bueno y lo malo que tenían los irlandeses (que yo conocí) era que no se molestaban por nada (en ningún sentido concebible).

*Es que era una de esas alarmas que suenan tan fuerte que hacen que te aumenten las dioptrías y que los colores te sepan salados al olerlos.