lunes, julio 20, 2009

Borrascas de verano

En una heladería mientras yo esperaba mi turno:

-¿Qué le pongo?
-Pues quiero un limón de granizo.
-...Será una granizada de limón.
-Sí, eso.

¿Os lo imagináis?

REDESCUBRIENDO ROQUETAS

Ayer fui a Roquetas a comer con mis padres. Como sólo hacía unos 7 u 8 años desde la última vez que pasé un verano allí (que yo recuerde), decidí que era una oportunidad perfecta para ver qué había cambiado.
Nada más llegar, saludé a todo el mundo y me cambié de ropa para salir un rato a correr por el paseo marítimo. Vale que es verano y por la zona de los hoteles siempre hay visitantes, ¡pero es que estaba completamente a reventar de gente a la una del mediodía! De todas formas eso no me hizo cambiar de idea respecto a salir a correr, sólo que en vez de footing hice carrera de obstáculos, algo a lo que estoy muy acostumbrado (en Almería un mujer con prisa y un carricoche es más peligrosa que una caja de bombas).

Pues bien, tras un rato de calentamiento con ligero riesgo de insolación (¿gorra? ¿qué es eso?), se me ocurrió que podría ir hasta la zona de los hoteles y luego volver, que era un buen trechillo, así que empecé a correr mientras veía los chalets que habían construído... y más chalets... y más chalets... y más chalets... y sólo veía chalets nuevos. Al parecer el boom inmobiliario había afectado también a esa zona de tal manera que yo pude ver la zona de los hoteles lo mismo que alguien podría ver una película en un cine sentado justo detrás de Marge Simpson, por lo tanto, dada mi experiencia personal con el sol, la nula visibilidad y las reformas del paseo marítimo yo me encontraba en un momento de duda muy existencialista: ¿quién soy? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?

Cuando consideré que si seguía corriendo acabaría por llegar a El Ejido, me di media vuelta y anduve en dirección "mi casa" (o donde yo creía que podría estar). Las matemáticas más básicas dicen que si uno parte del punto A y llega al punto B la mejor manera del volver al A es seguir el mismo camino que has recorrido ya (la manera de llegar al punto G es más complicada), sin embargo, la perspectiva hace mucho respecto a variables como la distancia, el tiempo del recorrido y lo harto que estés de sudar más que un pollo en el horno.

Una vez llegué, se me ocurrió que en vez de ducharme en casa era mejor darse un baño en la piscina de la comunidad, que así no gastaba agua y vería gente nueva. Bueno, ver la piscina llena de gente hablando en idiomas que sonaban como si cada palabra fuera una ejecución era ya llamativo, pero el hecho de acercarme al borde de la misma (no al marido de nadie sino al de la piscina) y no ser capaz de ver más allá de cinco centímetros de profundidad dada la consistencia del agua me impresionó: era el típico líquido que si lo llevas en un vaso y se derrama sobre el suelo lo puedes recoger al segundo bote, así que consideré que el menor tiempo de contacto con él sería la opción más saludable antes de que oliera mi miedo. Me duché para que no percibiera el calor de mi sangre y me lancé a la piscina... y pude hundirme en ella porque clavé los dedos antes.

Toda una odisea de recordar cosas nuevas y de descubrir cosas viejas (sí, habéis leído bien).

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