domingo, diciembre 11, 2011

Loli Pop


Hoy me he levantado con ganas de dejarme de historias y contar un cuento, que hace tiempo que no cuento nada que no tenga que ver con mi historia, y para historias ya tenemos la vida, que al fin y al cabo es lo que cuenta.

LA RESPUESTA

Al principio no hubo ningún problema. "Voy a dejar unas piruletas en este jarrón de cristal, ¿puedo?", y el respondió "Son tuyas, haz lo que quieras con ellas". Las piruletas permanecieron allí durante días y él nunca volvió a reparar en ellas hasta que una tarde ella decidió ir a visitarlo a su ciudad. Tendría que coger dos trenes y hacer un total de ocho horas de viaje, "pero cualquier requisito es válido si el propósito lo merece", pensó ella justo cuando se sentó en su asiento de madrugada. Cuando llegó a la estación, él no estaba, así que ella cogió una piruleta del jarrón y se la comió. Cuando lo llamó le dijo por teléfono que la recogería enseguida, pero el tiempo pasaba y no aparecía, así que ella se sentó a esperar en uno de los bancos. Hacía frío y el viento traía breves rachas de lluvía que se colaba entre los paneles de pladur del techo, no obstante, la reconfortaba la idea de pasar el fin de semana con él porque tenía muchas ganas de verlo... pero no llegaba. Volvió a llamar por teléfono y él le dijo que se había equivocado de estación y que tardaría un poco más en llegar, por lo que ella siguió soportando el clima y las miradas de sospecha que le lanzaban los policías aun cuando no estaba haciendo nada extraño, sólo esperar. Un hora y cuarenta minutos después él apareció diciéndole que tenían que darse prisa porque no podía dejar el coche donde lo había dejado, no un beso ni un abrazo de bienvenida, así que ella cogió otra piruleta del jarrón y se la comió. Cuando llegaron a casa él le preguntó por las piruletas, por qué cogía una de vez en cuando, y ella le dijo que si realmente quería saber el motivo ella se lo diría encantada, pero él dijo que no era tan importante y que daba igual, así que ella cogió otra piruleta del jarrón y se la comió.

A la mañana siguiente él tuvo que ir a trabajar, no porque tuviera que hacerlo, sino porque su jefe, que era su mejor amigo también, le dijo que no podían perder ni un solo minuto, así que se levantaron temprano para que tuvieran tiempo de prepararse. Ella se ofreció a ir con él, a ayudarlo en lo que le hiciera falta y de paso hacer las compras para la comida que ella quería cocinar luego, pero él le dijo que no podía ir con él, que le estorbaría y que allí no podría ayudarle en nada, así que lo mejor que podía hacer era quedarse en casa sola y no hacer nada hasta que llegase. A pesar de que ella insistió, él no cedió en absoluto y volvió a resaltar la futilidad de sus intentos por ayudar, así que cuando él se fue ella cogió una piruleta del jarrón y se la comió. Pasó la mañana sola sin poder salir puesto que la única llave del piso la tenía él, así que cuando llegó no pudo sino sentir alivio al tener la posibilidad de no estar en una cárcel de algodones. Ella le preguntó si era posible que la próxima vez le dejase una llave, él le dijo que ya veríamos porque tampoco había ningún sitio a donde ir, ella cogió otra piruleta y se la comió.
Esa tarde él trabajaba también y ella se propuso ir con él bajo la premisa de que había recorrido esa distancia para estar con él, no para estar sola en su casa. Él se negó en un principio pero no tenía interés en discutir así que cedió a regañadientes, aunque a su jefe no le hizo ninguna gracia cuando apareció allí con ella. La chica demostró inmediatamente ser capaz de ayudarles fácilmente en sus tareas, pero a pesar de eso los dos decidieron que aquel no era su lugar y que lo mejor era que se fuera hasta que terminasen la jornada. Ella obedeció, pero antes cogió una piruleta del jarrón y se la comió.

Cuatro horas más tarde, cuando él acabó de trabajar, ella se las prometía felices pensando en pasar la noche con él en casa hablando y cenando a gusto y juntos, pero su jefe le dijo que no podía irse a casa todavía porque tenía que llevarlo a comprar unas cosas que le hacían falta y no iba a coger su coche*, así que ella se resignó y los acompañó igualmente. Durante el trayecto, el jefe dejó bien claro que, aunque dos días después era fiesta y nadie trabajaba, él tendría que ir a trabajar sin condiciones, cosa que a ella le sentó bastante mal puesto que contaba con ese día para estar con él, que para eso había hecho tan largo viaje. Él hizo un intento de queja sin mucho ánimo que fue rápidamente rechazado bajo la premisa de "Hay que aprovechar cada minuto posible", por lo que ella se consoló pensando en que por lo menos tendrían la noche de ese día para estar juntos, pero ese pensamiento fue fulminado bajo el imperativo del jefe "y no vayas a llegar más tarde de las 10 esta noche a mi casa que hoy tenemos que cenar con los amigos de mi pareja, que es su cumpleaños". Ella esperó una réplica por parte de él, una réplica que nunca llegó, así que cogió una piruleta del jarrón y se la comió. No obstante, le había quedado claro como la luz del día: no le iba a ser posible estar con él a solas en todo el fin de semana, así que decidió acortar su estancia lo más posible para no tener que estar pasando por ese infierno. Cuando lo dijo en voz alta el jefe sonrió satisfecho y él no dijo nada, sólo añadió "bueno, como quieras". Quedaban pocas piruletas ya.

Al día siguiente, a pesar de haber informado la noche anterior en la cena de que ese día, el último día que tenían, era para ellos dos y no querían que nadie los molestase, el teléfono de él no dejó de sonar en toda la mañana. El número era desconocido, pero ella sabía perfectamente quién era. Cuando ya por insistencia él lo cogió, ella reconoció inmediatamente ese tono soberbio y prepotente: "¿¡Por qué no me coges el teléfono!? ¡Os he estado llamando toda la mañana para que vengáis a comer!", le regañó su jefe, él le pidió perdón y le dijo que irían allí inmediatamente. Ella no salía de su asombro, no sólo por el hecho de que el jefe le estaba gritando a su mejor amigo, sino porque también se había propuesto hacerles el fin de semana imposible, suponía que para que no volviera más. Por desgracia, esa idea le parecía cada vez menos desagradable, así que cogió una de las últimas piruletas del jarrón y se la comió. En la comida nadie le dirigió la palabra en todo el día, nadie se interesó por saber nada de ella, sólo le preguntaron el nombre. El problema no era que ella no se integrase, el problema era que a ella no se le daban bien los idiomas y ellos se empeñaban en hablar en inglés para demostrar lo cultos que eran, impidiéndole así participar en la conversación. Nadie reparó en que había una persona que nadie más conocía sentada a la mesa y nadie se preocupó de saber si se lo estaba pasando bien.

Cuando volvieron a casa ella miró el jarrón: sólo quedaba una piruleta. Ella quiso recordar el día en que él le preguntó por ellas y le dijo por qué había ido cogiendo piruletas durante todo el fin de semana: cada vez que él hacía algo que la despreciaba, ella cogía una piruleta, por eso las había gastando a lo largo de esos días, así que ella le preguntó "¿Puedo coger la última piruleta?". "Son tuyas, haz lo que quieras con ellas", respondió él, así que, comiéndose la última piruleta, ella abandonó esa casa para no volver nunca más, y no se arrepintió.

Moraleja:
Al río no le molesta ir hacia el mar, así que no te quejes por ello porque irá aunque tú te empeñes en hacerlo retroceder. Tiene que ser el propio río el que cambie su curso.

*Faltaría más.

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