viernes, marzo 19, 2010

Tiempos atmosféricos


Así es como enseño a los niños de 9-10 años meteorología en inglés. El truco está en que se acuerden del dibujo y lo asocien con la palabra que quiero que repitan como si fuera un mantra, lo malo es que la mayoría de las veces me piden que se lo pase a la libreta (sobre todo el 8).

IN SAINT FERDINAND'S CAR

Hoy es el día del padre y los Josés, y de los Josés que sean padres, y de los padres de los Josés, así que como manda la tradición mi madre me ha encargado hacer las compras pertinentes para el 75% del núcleo familiar de mi casa, o sea, mi padre, mi hermano (Jose) y mi madre (María José). Para convencerme de ello, ya que mi única tarea planificada para dicho día era, básicamente, permanecer en contacto manual con mis gónadas hasta que me tocase entrar a trabajar por la tarde, fue recordarme que no tenía nada que hacer esa mañana, a lo que yo me imaginé lo que sería no tener nada que hacer, mantuve el recuerdo en mi memoria y ahí se quedó, porque lo siguiente que recuerdo es ir de una punta de Almería a la otra.

Mi periplo comienza donde comienzan todos los RPGs de la Supernintendo: en un cuarto con un chaval durmiendo en una cama que no sabe que lo van a despertar para enviarlo a la otra punta del universo a hacer algo que le apetece tanto como que le claven un pincho de chumbo en el ojo. Ahora bien, si eso fuera a las doce del mediodía pues vale, pero como estamos hablando de las 9:30 de la mañana pues no hace tanta gracia. Tras salir, ver la presentación del juego y comprobar que mi indicador de salud está al máximo, me dirijo a mi primera parada: la tienda de perfumes, donde mi madre me ha dicho que la alquimista de allí me entregará un ungüento de misterioso aroma si le doy a cambio varias dosis de pasta de celulosa aplastada y coloreada que me ha dado antes, sin embargo, se supone que venía a recoger una esencia de masculinidad sublimada y el bote simula un torso de marinero con camiseta a rayas, espero no haberme equivocado.

Mi segundo destino fue El Comercio de la Disyunción, también conocido como "Kakaoté" (aunque si me dan a elegir prefiero té), donde siguiendo el mismo protocolo debía elegir una combinación de pequeños preparados de cacao que simpatizasen con los gustos de mi hermano y, a pesar de que nada más entrar tomé la firme convicción de elegir una caja rápido e irme, no sé por qué lo siguiente que recuerdo es que estaba oliendo la fragancia del tercer tipo de té frutal que el vendedor me había ofrecido. Al ser capaz de reconocer a un gran rival al instante, me di cuenta de que mi integridad (corriente) corría peligro por estar allí, así que imitando esa famosa escena de Indiana Jones cogí una caja del muestrario y me fui (después de pagar, no seamos un producto derivado del cerdo).

La tercera parada del día se encontraba tras un largo camino: debía volver sobre mis pasos y además cruzar el Puente de la Avenida Mediterráneo (algo parecido al Paso del Kharadras, pero en vez de nieve que te impida pasar ves ciclistas). A pesar del tiempo gélido que corría por esas alturas, un ligero sudor me cubría la frente. Llevaba ya andando mucho tiempo desde que salí de casa y además ahora iba cargado con el equipaje extra de mis incursiones, si bien liviano a priori, bastante incómodo de llevar tras el largo trecho recorrido. Al llegar al lugar sagrado de intercambio denominado por los sabios del pueblo como LÍDEL fui capaz, dado mi vasto conocimiento de las antiguas runas y de la zona, de encontrar rápidamente lo que buscaba, sin embargo, también me di cuenta de que allí mismo tendría que enfrentarme a mi antiguo enemigo que se me acercaba inexorablemente. Gracias al entrenamiento que recibí de mis ancestros, pude evitar el peligro inminente invocando las palabras mágicas "Señora, no se cuele, que la cola está detrás", completando así mi última tarea a tiempo.

En mi camino de vuelta a casa intenté averiguar cuánto tiempo había pasado en total. Observé la posición de las nubes, calculé el ángulo del sol, medí la fuerza y dirección del viento, y como nada de eso funcionó miré el reloj para ver la hora que era: mi periplo había durado una hora y media en total, y sin desayunar ni siquiera. Luego querré no perder peso, claro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aprende a escribir hombre ! Esto no tiene ni pies ni cabeza ! Escribir no es solo juntar palabras... sobre todo, sin ningun interés.

Cid Lavigne dijo...

Típico ejemplo de envidia y cobardía, porque ni siquiera se ha dignado poner su nombre, no sea que se descubra que el no poner las admiraciones al principio de las expresiones y que no se ponen espacios antes y después de las mismas sea una muestra de su total carencia de educación (tanto académica como social).