miércoles, octubre 16, 2013

Orange Attraction

¡Ay, qué día, cariño! Todos se sentían atraídos por mí, no hacían más que decir "¡Estás estupenda, L'Orange!" ...¿Eres tú, Carlo?

 No sé por qué, pero últimamente me siento como una naranja en el trabajo: Exprimido al máximo, y no en el mismo sentido, pero las siguientes historias me hubieran podido dejar también por el estilo.

ANIMALS IN THE CROSSING

No se puede decir que haya sido muy seguido o recientemente, pero se me han dado incidentes muy curiosos referentes a la conducción estos últimos años y, curiosamennte, yo no estaba conduciendo en ninguno de los casos. Lo cierto es que hay gente que, no es que no tenga ni idea de conducir, es que tienen la suya propia y ésta es una versión muy parecida a los juegos esos en los que uno hace lo que quiere y que sean los demás los que se adapten. Os cuento un par de tres historias, todas reales, y así veo si es cosa mía o son las cosas contra mí:

Caso 1:
Estando yo a punto de cruzar un paso de peatones por La Rambla, se me ocurre, a pesar de que no era necesario porque no venía ningún vehículo por la calle, mirar hacia ambos lados no sea que pudiera suceder un accidente. Pues bien, de repente veo una furgoneta* que bajaba a una velocidad ligeramente superior a la normal cuyo conductor estaba ligeramente atareado con las labores de manejo de dicho vehículo: El individuo en cuestión iba discutiendo, aparentemente, con su mujer mientras, sujetándola con la mano derecha, se iba comiendo una caracola de chocolate; además, con la mano izquierda, apoyaba el teléfono móvil contra la oreja para hablar al mismo tiempo que sujetaba un cigarrillo entre los dedos de la misma para, cuando tuviera la ocasión, darle una calada al mismo; por último, como todo lo anterior no era suficiente, el individuo todavía tenía recursos para realizar la labor principal del vehículo, o sea, conducir, así que iba manejando el volante con sendos codos para mayor tranquilidad del público y tripulantes. Fue tal mi impresión que no supe a ciencia cierta si sentía horror o fascinación en aquel momento, pero lo cierto es que el shock me impidió apuntar la matrícula**, así que tal hazaña quedará en el anonimato hasta que alguien se declare autor de... ¿un grave delito contra la circulación? No sé yo.

Caso 2:
Estando yo a punto de cruzar, otra vez, un paso de peatones de camino a mi trabajo, veo que, en los dos segundos que estaba tardando en cruzar, se detiene una señora en su vehículo justo delante de dicho paso, gesto que yo consideré muy considerado por su parte*** hacia mi integridad física, así que me giré sin detenerme para hacerle un gesto de agradecimiento. No obstante, ella no tenía una expresión de afabilidad en absoluto, es más, su gesto era más bien de estar aguantando algo insoportablemente molesto, lo cual demostró pitándome dos veces con un gesto que más que presionar el claxon pretendía hundirlo en lo más profundo del planeta Tierra. Soprendido por el repentino estruendo, no acabé de salir de mi asombro cuando asoma la cabeza por la ventana y me grita que "a ver si cruzo de una vez, que quiere aparcar el coche ahí". En un vistazo rápido veo que la calle está infestada de coches a excepción del hueco del paso de peatones, lo que significaba que, efectivamente, iba a dejar su coche bolqueando completamente el camino de los no coductores... y le daba completamente igual. Cierto es que esa mujer estaba en su derecho de cometer esa estupidez digna de grúa, pero me habría encantado darme cuenta en ese momento de que yo también estaba en mi derecho de hacerlo realidad en ese mismo instante con mi teléfono.

Caso 3:
Estando yo a punto de cruzar, una vez más, el paso de peatones en dirección a mi trabajo, espero pacientemente a que el semáforo se ponga en verde para los peatones y me dispongo a cruzar. El hecho de que el semáforo me permitiera cruzar significa, evidentemente, que el de la calle perpendicular a la misma estaba también verde, pero todo el mundo sabe[4] que cuando uno cambia de sentido o dirección de circulación no tiene la preferencia a no ser que las señales lo indiquen, cosa que en ese caso no lo hacían, así que cualquier vehículo que quisiera circular por la calle que yo cruzaba debía esperar a que no hubiera nadie. Pues bien, estando yo a medio camino, o sea, en medio de la calle, viene un coche a una velocidad muy superior a la normal haciendo un giro de rasante justo delante de mí[5] que me hizo ponerme muy nervioso y alterado. Sin embargo, a pesar de que lo que me apetecía en ese momento era romperle algo de vidrio en la cabeza al conductor, me conformé con hacerle un gesto de asombro con las manos pretendiendo decir "¿Qué acabas de hacer?", a lo cual, en su afán por realizar un acto comunicativo efectivo, supongo, el conductor saca el brazo izquierdo por la ventanilla del vehículo y, cerrando el resto de los dedos como si fuera un puño, decide estirar el dedo corazón para mostrármelo sin pudor a pesar de lo ocurrido. Y mi pregunta es: ¿Y si yo, en un acto de enajenación temporal, por decirlo de alguna manera, decido perseguirlo hasta el siguiente semáforo, que estaba en rojo, y reventarle las obras completas de Shakespeare en la cabeza? ¿Se hubiera podido considerar justicia poética?

Tras reflexionar sobre este tipo de incidentes me queda clara una verdad que mi padre lleva declarando desde que tengo uso de razón: "A algunos les regalan el carnet de conducir en la tómbola".

*Aunque, por racista que suene, era más bien una "fragoneta", pero es que es lo que era.
**Para pedirle un autógrafo, principalmente.
***Considerando una consideración considerablemente considerada.
[4] O debería, por el bien de Santo Ortazo Gordísimo.
[5] Vamos, como que pude ver que eran tres tripulantes, dos de ellos de avanzada edad.

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