sábado, junio 05, 2010

Pepino crucifixión

"¡No, mamá! ¡Él no tiene la culpa de ser un pepino, es la sociedad la que lo ha hecho así!".

Pues eso, que estaba yo tranquilamente haciéndome un sandwich de Nocilla y leí eso en uno de los catálogos de supermercado que había en la cocina. A lo mejor no era un castigo sino el tipo de pepino, pero entonces no quiero verlo en acción.

ASEREJÉ

Hace relativamente poco tuve que asistir a la comunión de mi primo Alfonso. Fue uno de esos acontecimientos tan emotivos en los que se reúne la familia entera para recordarte que eres el mayor de los nietos y aún no te has casado, momento en el cual tus padres empiezan a presentarte gente que no habías visto en tu vida pero que al parecer los acosadores de famosos tienen mucho que aprender de ellos si contamos la cantidad de detalles que saben de tu vida sin decirte ni siquiera su nombre. Como es en esos momentos en los que aparecen miradas de complicidad entre todos los participantes de la conversación menos tú mismo cuando se nombra a la hija/prima/sobrina/nieta de alguien, tú decides, por tu propio bien, que es el momento de ir al servicio a ver de qué color son los azulejos un par de minutos. Ahí es cuando entra mi post de hoy.

Primero de todo, encontrar el servicio. El que vaya a decir que "al fondo a la derecha" que sepa que esta vez no ha acertado, al menos no exactamente: el servicio estaba saliendo de la sala de celebraciones a la izquierda, bajando las escaleras, cogiendo el ascensor hasta la planta de abajo, saliendo a la derecha, yendo por la primera bifurcación a la izquierda, girando a la izquierda otra vez y cogiendo la primera puerta del pasillo que había al fondo. Vamos, que si me llega a pillar en una urgencia me veo sirviendo sidra sin barril.

Cuando entré en el servicio me esperaba, dado que era una celebración de varias comuniones, que hubiera alguien en el servicio para que la luz estuviera encendida. ¿Que por qué? Porque yo suelo encontrar el interruptor de la luz después de bailar en la oscuridad "El Lago de los Cisnes" durante unos diez minutos palpando las paredes a cualquier altura posible y esta vez no podía cobrar entrada. Para mi mala suerte, la luz estaba apagada y no había nadie dentro del servicio, a lo cual me vino una pregunta: ¿cómo de grande puede ser la sala de un servicio para que haya eco? Pues más o menos lo suficientemente grande como para que llegase al segundo acto de la función antes de averiguar que la luz se encendía con un volumétrico.

Encendida la luz, pude divisar a lo lejos los urinarios y unos lavabos, así que avancé en esa dirección... al menos avancé lo que pude hasta que la luz se apagó otra vez y tuve que agitar los brazos por encima de mi cabeza para que se volviera a encender. Sin embargo, cuando llegué y me dispuse a hacer lo que tenía que hacer, la luz se apagó otra vez y yo, al tener los brazos ocupados me dediqué a sacudir la cabeza adelante y hacia atrás hasta que pude ver otra vez. Cuando terminé, fui a lavarme las manos con la mala suerte de que era uno de esos grifos que hay que tenerlos pulsados para que salga el agua, así que tuve que alternar las manos constantemente para poder lavarme ambas dos... mientras meneaba la cabeza hacia los lados para que se encendiera la luz, claro, pero al parecer no llegaba al rango del volumétrico así que tuve que levantar la pierna hacia atrás también hasta que la luz se hizo por enésima vez gracias a mis dotes de coordinación.

Por último, decidí que no me iba a ir con las manos empapadas así que me acerqué al secador a ver si éste funcionaba. Bueno, funcionar funcionaba, pero había que mover las manos con las palmas abiertas horizontalmente para que la célula fotoeléctrica te detectase y siguiera funcionando. Por si fuera poco, había que acercar bastante las manos a la célula para que se activase pero mientras tenías la mano ahí debajo no llegaba al secador y además el secador era tan potente que si tenías las manos mucho tiempo debajo acababas quemándote así que lo mejor era ir turnándolas... y todo eso teniendo cuidado de que no se apagase la luz, claro.

Epílogo:
La escena final era ver a un tío de traje moviento la cabeza hacia los lados, que levantaba las piernas de vez en cuando hacia atrás y que movía las palmas de la manos horizontalmente alternativamente una encima de la otra... y no sé por qué me dio por cantar el título de este post, fíjate.

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