Esta es (o era) la fachada del antiguo cuartel que había al lado de mi residencia. Lo tenían abandonado y decidieron venderle el solar al Tajo Sajón para que hiciera un centro comercial o algo así. La ¿buena? noticia es que, en vez de derruir el edificio, lo van a trasladar pieza por pieza para volverlo a construir en no-sé-dónde... y digo pieza porque ese es el motivo de la numeración de cada uno de los ladrillos del edificio. Mother of the beautiful love...
AQUÍ NO HAY QUIEN VIVA
Quien no ha vivido en una residencia no sabe lo que es eso. Vale que compartir un piso tampoco es que sea un camino de rosas (nunca he comprendido por qué eso significa fácil, ¿¡te imaginas caminar pisando espinas!?), pero una residencia es libertad condicional prácticamente: A cambio de arreglarte las comidas y la limpieza (a veces), no tienes privacidad ninguna ni libertad social. Y no hablemos de llevarte al ligue a la resi... es impensable.
Sin embargo, en una residencia es muchísimo más fácil hacer amigos que en un piso. En la residencia no estás obligado a limpiar lo que tus compañeros ensucian por lo que la convivencia nunca se estropea por conflictos de intereses (al otro le interesa que limpies tú y a ti no), con lo que las discusiones se reducen a temas absoluta y completamente nimios y Tomateros. Nada que no se solucione con una cerveza... a veces.
El caso es que estas son las cosas que nos hacen digievolucionar como personas y aprender a controlar nuestros más bajos instintos de arrancarle la cabeza al imbécil que te falta al respeto cada vez que te ve. El odio es como un veneno: Te infecta y cuando te quieres dar cuenta te has convertido en una cosa horrible (la Tía May es muy sabia... de roble).
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