Qué cosas se encuentra uno haciendo la ensalada. Parece que incluso la madre naturaleza, con lo cruel que la ponen en algunos documentales, tiene su corazoncito. Lo malo es me lo comí junto con una lechuga y una zanahoria aliñadas con aceite de oliva y es muy posible que venga alguno de sus avatares a reclamar, literalmente, el mío, pero yo sabía que era un riesgo que habría que correr.
Por cierto, tengo que darle la razón a mi colega Jesús por su capacidad de adivinación cuando me dijo que mi capacidad de producción mejora increíblemente con la falta de sueño... aunque ya podría ser al reves, como le pasa a todo el mundo.
LAPSO DE LAPSUS
Como últimamente estoy durmiendo poco, me ha venido a cabeza una anécdota que me ocurrió cuando estaba en Salamanca*. No sé por qué no lo conté aquí en su momento, y más teniendo en cuenta que ocurrió en los comienzos del blog, pero creo que es una buena ocasión para ello.
Era un sábado del mes** de febrero, un sábado para el que la profesora de Semántica había programado el examen de evaluación así como si lo hubiera puesto un miércoles cualquiera, por lo que yo, como alumno responsable que era y a pesar de que mis colegas insistieron en que no pasaba nada por salir a tomarse una cerveza, me acosté temprano la noche anterior. Sin embargo, tengo que decir que casi hubiera sido mejor que hubiera dedicado ese tiempo a algo mínimamente útil.
Durante toda la noche, puede que debido a que era mi primer examen allí, estuve dando vueltas en la cama con los nervios en el estómago, así que creo que dormí como mucho una hora. Conforme se iba acercando la hora de levantarme*** y se iba clareando el día los nervios iban en aumento. Eso, añadido al frío que hacía allí a esas horas de la mañana, rovocó que me sintiera como si me hubieran dado una paliza al levantarme porque, como no podía ser de otra forma, conseguí conciliar el sueño justo media hora antes de que sonase el despertador.
Cuando me hube vestido y arreglado para salir, me conciencié de lo que tenía que hacer y procedí a recorrer el camino hasta mi facultad. No desayuné en la residencia porque los sábado no abría la cafetería y pensé que podría tomar algo en la facultad para ahorrar tiempo, pero cuan fue mi sorpresa cuando al llegar veo que, efectivamente, estaba todo cerrado porque era sábado. Así que ahí estaba yo: helado de frío, sin haber dormido nada, con los nervios en el estómago[4] y muerto de hambre buscando una cafetería abierta a las 7:30 de la mañana y a contrarreloj para poder ir al examen a tiempo. Tal y como estaba yendo el día ya se estaba mascando la tragedia.
Hasta las ocho pasadas, momento en el que yo ya llevaba media hora dando vueltas al fresco polar de la mañana, no empezaron a abrir las dos cafeterías que conseguí encontrar por allí, por lo menos pude meterme algo caliente en el cuerpo antes del examen[5]. Cuando faltaban diez minutos me dirigí a la facultad a reunirme con la multitud congelada que estaba esperando la hora como el que va a recorrer la milla verde. Nadie hablaba ni comentaba nada, pero se veía que todos queríamos que acabase pronto. La profesora llegó con la bedel a abrirnos la puerta y puso cara de no apetecerle estar allí, pero cualquier comentario al respecto hubiera siginificado su defunción prematura a manos de los puñales verbales de los presentes, así que creo que su sentido común la protegió correctamente e impidió que manifestase ese pensamiento en voz alta.
Una vez sentados y con los exámenes repartidos, tras haberme concienciado debidamente, me centré en hacer el examen lo mejor que pudiera, pero un inconveniente imprevisto me rompió todos los esquemas: ¡No era capaz de leer el examen! Daba igual cómo mirase las preguntas, no comprendía lo que estaba esrito y sólo veía símbolos que mi cerebro no reconocía; ni siquiera sabía si el examen estaba en inglés o en español, simplemente no veía que ninguna palabra significase nada, con que tampoco veía la relación sintáctica de las oraciones, así que para mí el examen era jun conjunto de dibujos en blanco y negro.
Fue tal la ansiedad que me dio que empecé a sudar a mares a pesar de estar en pleno invierno. No podía permitirme suspender ese examen y menos tras el esfuerzo que había hecho estudiándolo, pero no parecía que la cosa fuera a mejorar y yo cada vez me sentía peor. No obstante, y para mi completa sorpresa, a pesar del tremendo calor que tenía, los sudores incómodos, los horribles nervios, la aceleración de la respiración y unas repentinas náuseas, cuando volví a mirar desesperado el examen lo comproendía todo, así que me tranquilicé casi al instante.
Epílogo:
Me imagino que sería por todos los traumas pasados, pero tengo que admitir que esto no ayudó a que la vida universitaria me resultase más agradable. Supongo que por eso no lo puse en su momento, pero por lo menos aprobé el examen, que ya es decir.
*Lo cual me ha llevado a darle vueltas a la cabeza y no poder dormir igualmente.
**En el texto original le puse tilde a esta palabra, no sé por qué.
***Las 7:00 a.m.
[4] O hipotermia, ya no me acuerdo.
[5] Cualquier chiste al respecto será castigado con la muerte... a manos de mis propios chistes.
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