martes, agosto 24, 2010

Azúcar In-mobiliaria

¿Sois de los que siempre buscáis el lado dulce de las cosas? ¿Disfrutáis al máximo del azúcar de la vida? ¿Alguna vez os habéis querido comer una mesa y estaba demasiado sosa? Eso ya no es problema porque existen los edulcorantes de mesa de la marca Croto. Ahora ya no hay excusa para no comerse todos los muebles de la casa, pero recuerda: tu edulcorante de mesa es Croto, ¡dulce por huevos!

SUPUESTOS DE UNA NOCHE DE VERANO

Como todos los veranos, estoy repitiendo mi rutina de salir a correr para ver si consigo ponerme en forma de una frijolera vez, sin embargo, uno nunca tiene en cuenta que no importa lo que haya ocurrido sino lo que quiera creer la gente.

Esa tarde había hecho a buen ritmo el recorrido que siempre hago, no es que no estuviera cansado, pero me había supuesto menos esfuerzo del que normalmente me cuesta y era el momento de hacer el camino de vuelta a casa, esta vez andando. La mayoría de la gente suele pensar que gracias a ser un tirillas tengo la suerte de no sudar nada con el calor ni con el ejercicio y que prácticamente no pierdo líquidos cuando entreno, pues bien, incorrecto todo: paso calor como todo el mundo, sudo que parece que me han echado un cubo de agua encima y por culpa de ambas dos razones bebo una bestialidad de agua a lo largo del día, lo cual nos lleva a que mi aspecto durante el camino de vuelta era el de una gamba delgaducha recién descongelada con pantalón y camiseta de deporte. Esa visión no debería despertar ningún interés en la parte de las pistas deportivas dado el contexto, pero el azar hizo que mi aspecto tuviera un aliciente extra que no había considerado.

Como venía de hacer ejercicio, mi respiración era bastante profunda, lo cual hizo que mi transpiración fuera también mayor y por consiguiente diera un aspecto de persona débil y sin fuerzas. Dos chavales que no llegarían a los 18 años por poco pasaron por mi lado riéndose de mí descaradamente y me llamaron pringado a voces a la espalda. Me dí la vuelta y les dije que si se daban cuenta de que me estaban faltando al respeto, que soy mayor que ellos y que deberían hablarme bien y no reírse de mí, pero ellos se envalentonaron y respondieron que si es que les estaba vacilando. Yo les dije que esas no son maneras de hablarle a nadie y que seguro que no se atreverían a decirle esas cosas a alguien que pudiera partirles la cara de una torta (en realidad dije "hostia", pero no sé por qué al contarlo me ha dado cosa y me he autocensurado). Los chavales se me acercaron y me empezaron a empujar con el pecho diciéndome que a ver si la hostia me la llevaba yo. Una cosa que siempre ignoran los tontos así es que cuando se busca pelea hay que estar preparado para encontrarla.

Retrocedí dos o tres pasos en parte con el impulso suyo y en parte con el mío propio e hice ademán de darme la vuelta y seguir con mi camino mientras los dos se reían de mí, no obstante, todo eso era una farsa y utilicé el trecho que nos separaba para tomar carrerilla como si fuera a salir corriendo en su dirección a velocidad de sprint. Durante ese acelerón que ninguno de los dos se esperaba elevé el brazo derecho flexionado para que el codo quedase a la altura de su cara y ejecuté un movimiento horizontal arqueado aprovechando el giro de la cadera por el cambio de dirección que impactó en el más agresivo de los dos chavales derribándolo completamente. A su compañero se le congeló la cara de risa instantáneamente al ver cómo su compañero, que había sido derrotado de un golpe por alguien supuestamente más débil, estaba en el suelo inconsciente con el labio superior roto y me lanzó una mirada de terror paralizado. Sabía que quería salir corriendo pero estaba tan asustado que su cerebro se saturó y no era capaz, ni siquiera le salía el habla, sólo balbuceos.

"Llama a una ambulancia", le dije yo. El chico parecía que iba a romper a llorar en cualquier momento mientras se debatía en amagos de irse de allí o mirar a ver cómo estaba su amigo. Yo vi que el otro chico respiraba y que no tenía hemorragias en la nariz así que no había peligro aparente y se me pasó el subidón de adrenalina en cuanto un cuarto personaje entró en escena. Una señora de cincuenta y tantos se escandalizó al ver la escena y me recriminó que lo había visto todo y que iba a llamar a la policía. Yo le dije que si de verdad lo había visto todo entonces estaba ayudando a los agresores, porque nadie en su sano juicio empieza una pelea estando uno solo contra dos, pero la señora me llamó delincuente y malnacido y empezó a gritar "policía" como si hubiera visto un monstruo. Teniendo en cuenta que mi orgullo y mi honor estaban en juego, no podía (ni me daba la gana) dejar las cosas como estaban a pesar de que lo más fácil para mí hubiera sido irme a casa corriendo y pasar del tema.

Me acerqué a la señora y, cuando la callé de una voz, le dije que esos chicos habían venido a mí buscando una víctima débil a la que pegar; que ese tipo de gente, que tanto abunda hoy en día, son los chavales que estaba defendiendo; y que si en vez de pelea hubieran estado buscando dinero a lo mejor la que estaría en el suelo deseando una ambulancia era ella, y entonces ya no le hubieran parecido tan desvalidos sino todo lo contrario, pero claro, como fue un tío mayor el que respondió a sus amenazas y salió victorioso resulta que era prácticamente un asesino. La señora se quedó callada mirándome negándose a darme la razón, cosa que evidentemente le quemaba por dentro dado que sabía que se había equivocado y que lo que yo había dicho era cierto, pero como buena metomentodo oportunista no me iba a conceder ese regalo. Por eso siempre digo que es mejor pensar antes de hablar, porque el que habla es esclavo de sus palabras.

Cuando me calmé me fijé en que el chaval del suelo se había sentado y estaba llorando y el otro había salido corriendo. Me acerqué para comprobar si estaba bien pero me apartó la mano sin muchas ganas (por miedo, supongo). Le dije que lo sentía y me despedí de la señora y de él mientras emprendía el camino de vuelta a casa. Me temblaban las manos de miedo e impotencia. Lo que en un principio pensé que sería una buena reprimenda me había convertido en un monstruo, no a lo ojos del chaval o de la señora, sino a mis propios ojos. Había hecho daño a otra persona, no sólo daño físico sino daño moral, y no tenía muy claro si esa herida se le curaría. Me sentía horrible e indigno de ser considerado un ser humano civilizado. Por eso decía Mark Twain que "Aquel que lucha con monstruos debería tener cuidado para que no se convierta en un monstruo él mismo".

Epílogo:
La verdad es que todo esto es un pedazo de historia para contar a los nietos, pero por desgracia nada de esto ocurrió de verdad. Son sólo las cosas que se me ocurren mientras hago mi recorrido por una calle vacía intentando que pase pronto el tiempo que empleo en hacer ejercicio. Es que este verano ha sido tan aburrido que no me ha pasado nada interesante así que me lo invento y por lo menos os tengo entretenidos leyendo. Espero no haber asustado a nadie, jejeje.

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